En 1964, Semprún fue expulsado del PCE junto con el activista y autor político Fernando Claudín. Para Semprún y Claudín, su "purga" del partido significó una liberación. El PCE nunca había logrado la confianza de las masas españolas y fue una de las primeras entidades bajo las órdenes de Moscú en verse obligada por las circunstancias históricas a cuestionar su papel y su futuro. Aun cuando se sumaron a las filas de los críticos más elocuentes del comunismo soviético, Semprún y Claudín albergaban dudas que iban mucho más allá de diferencias tácticas, aunque éstas representaban una extraña mezcla de nostalgia y esperanza en el futuro del movimiento político. En numerosos aspectos, Semprún se convirtió en el gran equivalente hispánico de George Orwell. Empezó a escribir guiones y libros, a través de los cuales, suave y casi imperceptiblemente, ilustró el destino de la Revolución española, aunque este hecho escapara a la mayoría de los lectores.
En 1966, se le atribuyó el guión de La Guerre est Finie (La guerra ha terminado), película del director Alain Resnais acerca de un desilusionado mensajero secreto comunista español. Semprún colaboró con el director griego Costa-Gavras en la cinta clásica Z, largometraje estrenado en 1969 que relataba el asesinato de un líder izquierdista y encarnaba los sentimientos radicales de la década. Pero desempeñó la misma tarea con Costa-Gavras en L'aveu (La confesión), en 1970. Esta última examinó las purgas perpetradas en la Europa Oriental ocupada por los soviéticos tras 1945, particularmente el juicio de Artur London, un comunista checo torturado, obligado a firmar una falsa confesión de culpabilidad y condenado a cadena perpetua en el tristemente célebre proceso entablado contra líderes del Gobierno comunista de Praga, en 1953. El principal acusado en dicho proceso, Rudolf Slansky, fue ejecutado, junto con el destacado intelectual eslovaco Vlado Clementis, quien había criticado el pacto de 1939-1941 entre Stalin y Hitler; también lo fueron el célebre agente soviético Otto Katz, quien tenía en su pasado un sombrío y sangriento periodo de residencia mexicana durante la Segunda Guerra Mundial, y 11 más. Sólo a tres, entre ellos London, se les perdonó la vida.
Las lecciones de la vida de London resultaron probablemente más claras para Semprún, dado su conocimiento de los crímenes perpetrados por los soviéticos en la España de la República, que para Costa-Gavras. Reflejando el espíritu de su época, Z ganó un Óscar a la mejor película extranjera en representación de Francia y Argelia. La confesión, en cambio, fue vista por pocos cinéfilos estadounidenses; su mensaje resultaba demasiado perturbador en una época de ilusiones revolucionarias. Y, sin embargo, la siempre impredecible historia ha generado desenlaces opuestos para los países retratados en Z y La confesión; la Grecia otrora fuente de optimismo socialista es ahora aplastada por la crisis económica europea y la República Checa, pese a tener sus propios problemas políticos, figuró entre el puñado de naciones en escapar con éxito total al comunismo, gracias a la Revolución de Terciopelo.
Semprún también colaboró con Resnais en la cinta clásica Stavisky (1974), que incluye escenas en Francia previas al exilio de Trotsky en México. El siguiente año, volvió a hacer equipo con Costa-Gavras en Section Spéciale (Sección especial), en torno al colaboracionismo de la policía francesa con los nazis contra la Resistencia. En 1969, había abordado implícitamente el asesinato de Trotsky en una novela original y densa, La segunda muerte de Ramón Mercader. Pero, en 1977, publicó La autobiografía de Federico Sánchez, usando el "nombre de partido" bajo el cual llevó a cabo su labor clandestina en España para producir una denuncia de las fallas morales de los comunistas españoles.
Tengo una extraña anécdota personal respecto a este último libro. En los 80, años después de su traducción al inglés, oí hablar de un ex investigador gubernamental en Washington obsesionado con la rehabilitación del cazador de comunistas Joseph McCarthy, senador republicano del Estado de Wisconsin. El agente de Washington estaba convencido de que McCarthy había tenido toda la razón al perseguir a Gustavo Durán, comunista español empleado del Departamento de Estado estadounidense. Sin embargo, a través del personaje de Sánchez, Semprún reveló que Durán había sido expulsado del PCE tras la Segunda Guerra Mundial por ser espía estadounidense, ¡precisamente porque laboraba en el Departamento de Estado! Una oportunidad menos de emoción arrebatadora para los anticomunistas profesionales de Washington.
Semprún escribió más libros y guiones para el cine y la televisión, y recibió numerosos honores; entre 1988 y 1991, fungió como ministro de cultura del Gobierno socialista español de Felipe González. Su hijo Jaime Semprún es reconocido por ser un fiero defensor del anarquismo ibérico. El próximo año se celebrará otro septuagesimoquinto aniversario, el de los traumáticos "sucesos de mayo de 1937", en los que la policía secreta comunista intentó suprimir a los trabajadores revolucionarios de Barcelona, y la última revolución social auténtica del siglo 20 llegó al fin de su periodo activo. No puedo evitar preguntarme, con aprensión y tristeza, cuántos lectores, un siglo después de 1936 y 1937, aún leerán ciertas obras indispensables: las del líder del POUM Andreu Nin, asesinado por agentes soviéticos. De Orwell. Del "mexicanísimo" Manuel Fernández Grandizo Munis, el coahuilense que escribió prolíficamente desde una intransigente posición marxista hasta su muerte, en 1989. De Benjamin Péret, el "salvaje" antiestalinista, poeta surrealista y ensayista que halló refugio en México durante la Segunda Guerra Mundial. Del insustituible historiador anarquista Josep Peirats. De mi propio mentor Víctor Alba, otro que encontró protección en México. De Semprún y Claudín. Quizá pensemos que ha triunfado la postura antiestalinista en torno a la Revolución española y otros temas, pero la amnesia es una forma poderosa de patología social.
A diferencia de su fallecido hermano Carlos Semprún Maura, Jorge Semprún no se convirtió en un neoconservador. Parece haber entendido que aún quedaba algo digno de ser defendido debajo de "la montaña de perros muertos, una enorme carga de calumnias y olvido" a la que hacía referencia Trotsky, al parafrasear las palabras de Carlyle acerca de Cromwell, al hablar de la victoria temporal de la propaganda estalinista. El huidizo objeto de estima histórica que Orwell vio en España y no olvidó nunca estuvo presente en la epopeya de la autodefensa rusa contra los nazis; figura en las fotografías del reformador comunista eslovaco de mirada triste Alexander Dubÿcek y perdura en el Partido Socialista Obrero Español pese a las políticas fallidas de Felipe González y Zapatero. Estuvo personificado en la resistencia de los musulmanes bosnios contra las atrocidades de terroristas serbios como el recién capturado Ratko Mladi'c.
Finamente, podemos rendir honores a Jorge Semprún Maura al señalar, y recordar, que no desperdició palabras en su carrera. Sus libros y guiones merecerán un público nuevo y más nutrido.Al escribir sobre él, recuerdo la actitud de Marx respecto a Filippo Michele Buonarroti, el gran sobreviviente del "primer movimiento revolucionario comunista" durante la Revolución francesa. Para Marx, Buonarroti era el mensajero viviente de los antecesores del socialismo revolucionario a una nueva generación.
De cara a la crisis económica global y las masacres perpetradas en Libia y Siria, donde escenas reminiscentes de Barcelona y Madrid en 1936 -la repentina división de la población, incluyendo las fuerzas armadas- han sustituido brutalmente la imagen de "carita feliz" de los "medios sociales" en una Primavera Árabe, debemos decir: "la guerra no ha terminado". Sin embargo, como era inevitable, hemos perdido con la muerte de Jorge Semprún a uno de sus héroes más insignes.